Grita libertad
John Briley
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La jornada comenzaba antes de que apareciera el sol. Siempre. Si trabajaba uno en
Ciudad del Cabo, el boas te esperaba a las siete o a las ocho. Sin excusas posibles.
Había que estar allí. Y si no estabas, sobraba gente para reemplazarte.
Por eso la neblina de humo sobre las rudimentarias chozas de hojalata y madera de
cajones era ya espesa cuando la inmensa mole de Table Mountain comenzó a surgir en
la oscuridad del gris frío del amanecer. Aquella masa oscura se veía igual desde las
blancas y tranquilas calles de Ciudad del Cabo avarias millas, que desde las sucias
callejas hormigueantes de la ciudad ilegal de chabolas de negros de Crossroads.
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