Posdata
te quiero
Cecelia Ahern
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Holly hundió la nariz en el suéter azul de algodón y un olor familiar la golpeó de
inmediato: un abrumador desconsuelo le cerró el estómago y le partió el corazón. Le subió un
hormigueo por el cogote y un nudo en la garganta amenazó con asfixiarla. Le entró el pánico.
Aparte del leve murmullo del frigorífico y de los ocasionales gemidos de las tuberías, en la casa
reinaba el silencio. Estaba sola. Tuvo una arcada de bilis y corrió al cuarto de baño, donde
cayó de rodillas ante el retrete.